cuentos populares




EL ABUELO, EL NIETO Y EL BURRO

Un abuelo y su nieto pasaron unas vacaciones inolvidables juntos. Ahora volvía a casa de sus padres para empezar nuevamente el colegio. Abuelo y nieto regresaban juntos con un burro. Turnándose, el abuelo o el nieto se subían al burro y así iban haciendo el viaje más cómodo.
Durante el viaje pasaron por numerosos pueblos….Pasando por la plaza del pueblo de uno de ellos y yendo en ese momento el abuelo sentado sobre el burro y el nieto iba caminando al lado, pudieron comprobar el enfado de algunas de las personas con que se cruzaban.
Decían:
- ¡Parece mentira! ¡Qué señor tan egoísta! Va montado en el burro y el pobre niño caminando.
 Cuando salieron de este pueblo, el abuelo se bajó del burro. Llegaron a otro pueblo. Los dos iban caminando junto al burro y un grupo de muchachos se rió de ellos, diciendo:
- ¡Mira qué par de tontos! Tienen un burro y, en lugar de montarse, van los dos andando.
Salieron del pueblo, el abuelo subió al niño al burro y continuaron el viaje.
Al llegar a otra aldea, la gente exclamó escandalizada:
- ¡Qué niño más maleducado! ¡Qué poco respeto! Va montado en el burro y el pobre anciano caminando a su lado.
En las afueras de esta aldea, nieto y abuelo subieron los dos al burro. Pasaron junto a un grupo de campesinos que al verlos les gritaron:
- ¡Sinvergüenzas! ¿Es que no tenéis corazón? ¡Vais a reventar al pobre animal!
El anciano y el niño se cargaron al burro sobre sus hombros. De este modo llegaron al siguiente pueblo. La gente acudió de todas partes para verles. Con grandes risotadas se burlaban diciendo:
- ¡Qué par de tontos! Nunca hemos visto gente igual de tonta que ellos. Tienen un burro y, en lugar de montarse, lo llevan a cuestas.
Al salir del pueblo, el abuelo después de pensar un rato le dijo al nieto:
- Recuerda siempre tener opinión propia y no hacer caso de lo que diga la gente. Nunca podrás contentar a todo el mundo…



EL ABAD Y LOS TRES ENIGMAS.

Esto era una vez un viejo monasterio, situado en el centro de un enorme y frondoso bosque, en el que vivían muchos frailes. Cada fraile tenía una misión diferente. Así había un fraile portero, otro médico, otro cocinero, otro bibliotecario, otro pastor, otro jardinero, otro hortelano, otro maestro, otro boticario. Es decir, había un fraile para cada cosa y todos llevaban una vida monástica entregada al estudio y a la oración. Como en todos los monasterios, el fraile que más mandaba era el abad.
Se cuenta que había llegado a oídos del Señor Obispo de aquella región que el abad del monasterio era un poco tonto y no estaba a la altura de su cargo.
Para comprobar las habladurías de la gente le hizo llamar y le dio un año de plazo para que resolviera los tres enigmas siguientes:
1º) Si yo quisiera dar la vuelta al mundo, ¿cuánto tardaría?
2º) Si yo quisiera venderme, ¿cuánto valdría?
3º) ¿Qué cosa estoy yo pensando que no es verdad?
El abad regresó al monasterio y se sentó en su despacho a pensar y pensar, y pensó tanto que por las orejas le salía humo. Se pasaba todo el día pensando, pero no se le ocurría nada; pensar sólo le daba un fuerte dolor de cabeza. Hasta entró en la biblioteca del monasterio por primera vez en su vida para buscar y rebuscar en los libros las soluciones y las respuestas que necesitaba.
Pasaba el tiempo sin que el abad resolviera los enigmas que le había planteado el Señor Obispo. Cuando ya quedaban pocos días para que se cumpliera el año de plazo salió a pasear por el bosque y se sentó desesperado debajo de un árbol.
Un joven y humilde fraile pastor que estaba cuidando las ovejas del monasterio le oyó lamentarse y le preguntó qué le ocurría. El abad le contó la entrevista con el Señor Obispo y los tres enigmas que le había planteado para probar sus conocimientos. El frailecillo le dijo que no se preocupara más porque él sabría como contestar al Señor Obispo. Así que, el mismo día que se terminaba el año de plazo, se presentó el joven fraile ante el Señor Obispo disfrazado con el hábito del abad y la cabeza cubierta con la capucha para que el Obispo no pudiera reconocerlo.
Después de recibirlo, el Señor Obispo quiso saber las respuestas a sus enigmas y volvió a plantear al falso abad la primera pregunta:
- Si yo quisiera dar la vuelta al mundo... ¿cuánto tardaría?
- Si Su Ilustrísima caminara tan deprisa como el sol -contestó rápidamente el frailecillo- sólo tardaría veinticuatro horas.
El Obispo después de pensarlo un rato quedó satisfecho con la respuesta, así que pasó a la segunda pregunta:
- Si yo quisiera venderme... ¿cuánto valdría?
El frailecillo respondió sin dudarlo:
- Quince monedas de plata.
Cuando el Obispo oyó esta respuesta preguntó:
- ¿Por qué quince monedas?
- Porque a Jesucristo lo vendieron por treinta monedas de plata y es lógico pensar que Su Ilustrísima valga sólo la mitad.
Le iban convenciendo al Señor Obispo las respuestas de aquel abad y empezaba a pensar que no era tan tonto como le habían dicho.
Entonces realizó la tercera y última pregunta:
- ¿Qué cosa estoy yo pensando que no es verdad?
- Su Ilustrísima piensa que yo soy el abad del monasterio cuando en realidad sólo soy el fraile que cuida de las ovejas.
Entonces el Obispo, dándose cuenta de la inteligencia de aquel joven fraile, decidió que el frailecillo ocupara el cargo de abad y que el abad se encargara de las ovejas.
Y colorín, colorado este cuento se ha acabado, si quieres que te lo cuente otra vez cierra los ojos y cuenta hasta tres.



                                                    EL CALDERO DE SALAMANCA


                                       EL CAPELLÁN Y EL PALOMINO

Un capellán estaba comiendo en la posada de una aldea un palomino asado
cuando entró un caminante y pidió al posadero que le diese algo de comer.
El posadero le contestó que lo único que le quedaba era un palomino
y ya se lo había preparado al capellán.
Entonces el caminante rogó al capellán que compartiese con él la comida
y que la pagarían a medias, pero el capellán se negó y continuó comiendo.

El caminante sólo tomó pan y vino. Cuando el capellán terminó de comer le dijo:
- "Habéis de saber, reverendo, que aunque no hayáis aceptado compartir conmigo la comida, el palomino nos lo hemos comido entre los dos, vos con el sabor y yo con el olor"
Respondió el capellán:

- "Si eso es así, tendréis que pagar vuestra parte del palomino"
Comenzaron a discutir y como el sacristán de la aldea estaba en la posada
le pidieron que actuara como juez en la disputa.
El sacristán le preguntó al capellán cuánto le había costado el palomino.
Contestó que un real. Mandó al caminante que sacase medio real

y lo dejó caer sobre la mesa haciéndolo sonar y le dijo al capellán:
- "Reverendo, con el sonido de esta moneda tened por pagado el olor del palomino"
Dijo entonces uno de los huéspedes de la posada:
- "A buen capellán mejor sacristán"

EL REAL DEL SASTRE
En un pueblo de Castilla, vivía un hombre que por fas o nefas le debía a todos;  al huevero, al lechero, al molinero..... no había en la villa tendero al que no le debiera dinero.
Entre todos estaba incluido el sastre que era un rácano de primera, y al que le debía un real.
El endeudado viendo la imposibilidad de pagarle a sus paisanos decidió fingirse terriblemente enfermo y meterse en cama.
Los buenos vecinos fueron a visitarlo uno por uno y al ver su gravedad le perdonaban las deudas.
El sastre que no se creía la repentina enfermedad, no solo no le perdonó la deuda sino que le dijo a todos los presentes que quería cobrar su real y no pararía hasta tenerlo en su bolsillo.
El endeudado al escuchar que el sastre no le perdonaba y no le perdonaría el real fingió morir - a los muertos no se les puede cobrar - y haciendo un gran aspaviento fingió que se moría.
Todos lloraron la desgracia y metiendo al falso muerto en un ataúd lo llevaron a la iglesia y allí lo velaron. 
Al llegar la noche todos se fueron a sus casas, menos, menos el sastre, que seguía pensando que el falso difunto estaba fingiendo y en cualquier momento saldría del ataúd  y una vez descubierto le cobraría la deuda.
Ambos se quedaron solos en la iglesia, el falso muerto en el ataúd y el sastre escondido en un rincón.
No estuvieron mucho tiempo solos, pues nada mas irse los vecinos del pueblo pasaron por allí unos bandidos que entraron en la iglesia para repartir el botín.
El jefe de los ladrones que tenía los dineros robados en una gran bolsa contó a sus secuaces, uno, dos, tres.... doce en total y haciendo trece montones les dijo:
- He repartido el botín en trece montones, el que sea capaz de clavarle un puñal al difunto se llevará el montón que sobra.
Los doce delincuentes se miraron asustados, clavarle un puñal a un muerto no estaba bien y menos en una iglesia...
El sastre y el falso muerto estaban escuchando todo.
Uno de los ladrones envalentonándose dijo:
- Yo lo haré - y tomando un puñal se dirigió al ataúd.
Entonces el falso muerto muy asustado se levantó del ataúd y poniendo voz de ultratumba gritó:
- Todos los difuntos acudid a mi -.
El sastre escondido en el rincón y temblando como un flan, salió gritando de su escondite:
- Ahhhhhhhhh -.
Los ladrones espantados por el espectáculo salieron corriendo de la iglesia, y cuando por fin se pararon el jefe les dijo:
- Nos hemos dejado el botín, habrá que regresar a por el, los difuntos no necesitan dinero.
Despues de aquel susto que habían llevado a ver quien era el valiente que regresaba.
Uno de los ladrones pensándolo bien dijo:
- Iré yo a por el dinero -
Muy asustado poco a poco se acercó a la iglesia.
Mientras tanto el difunto y el sastre una vez repuestos del susto estaban repartiéndose los dineros que habían dejado los ladrones, pero el sastre recordándose de pronto del real que le debía el otro, comenzó a discutir con él.
- Dáme el real que me debes -
- Pero si ya tienes mucho -
- Sabía que estabas fingiendo,  me debes un real -
- Pero mira todo lo que tienes, que mas da un real arriba o abajo -
-  ¡¡¡ Quiero mi real !!!, ¡¡¡ Quiero mi real !!! -
Justo en ese momento llegó el ladrón a la iglesia y escuchando al sastre reclamando su real huyó despavorido hacia donde estaban sus compinches.
- Compañeros huyamos de aquí, los difuntos se estan repartiendo el  dinero y son tantos que solo alcanzan a un real cada uno, acabo de escuchar que estaban peleando por el dinero.
Los ladrones se fueron a otra región en donde los difuntos no reclamaran el dinero.
El sastre cobró su real del falso difunto.
Y el endeudado, después de pagarle a todos en el pueblo con el dinero de los ladrones enmendó su vida, se puso a trabajar y nunca mas volvió a pedir prestado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario